domingo, 18 de julio de 2010

La mujer en la Iglesia


“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa “Gálatas 3:28-29
Este texto es el más revolucionario de las sagradas escrituras ya que desconoce las diferencias entre razas, sexos y clases sociales. Claramente señala que no existe diferencia alguna entre un hombre y una mujer. A nosotros nos cuesta hoy entender lo que para el apóstol Pablo era muy claro hace dos mil años atrás. Sufrimos de prejuicios tontos que hemos heredado de nuestra cultura. Cada uno ha aprendido en su niñez el lugar del hombre y de la mujer en la familia. Es decir lo aprendemos de nuestros propios padres. Una vez adquiridos esos prejuicios los incorporamos. Luego de incorporarlo nos sirven de marco de referencia para interpretar las escrituras. A través de interpretaciones muy particulares le hacemos decir a la Biblia lo que no dice. O dejamos de lado algunos pasajes evangélicos y enfatizamos otros que representan expresiones culturales de una época pretérita. En nuestra cultura al varón se le enseña a actuar con rudeza, para eso es macho. Algunos padres enseñan a sus hijas a ser sumisas al varón y hasta encuentran fundamentos bíblicos para tal manera de proceder.
Fíjese en lo que nos señala el libro de Hechos 8.3: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel”. En su enconada persecución consideraba tan peligrosas las mujeres como los hombres. Tengan en cuenta de que en el Siglo I, la sociedad patriarcal desvalorizaba a las mujeres. Pero estas cristianas del Siglo I, eran igualmente peligrosas. Eran capaces de predicar el evangelio, luego eran muy peligrosas.
En la iglesia de Cristo nadie es inferior a otro por razón de sexo, raza, educación, posición económica u otra razón imaginable. Debemos estar todos unidos en el amor de Dios, reconociendo que todos somos distintos de los demás que integramos una congregación. Aunque reconocemos la diferencia sexual y otras diferencias que nos hacen distintos, también reconocemos que no existen personas inferiores o superiores entre nosotros. Cada uno en su singularidad es muy valioso para el Señor. Tanto que él murió por cada uno de nosotros, para hacer posible nuestra salvación personal.En toda iglesia hay un lugar para todo aquel que se sienta llamado por el Señor y que tenga y desarrolle los dones para cumplir con el ministerio al cual ha sido llamado.

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