lunes, 28 de septiembre de 2009

Tren al sur

La semana pasada tuve la oportunidad de estar en Santiago junto a mi familia. Fue bastante entretenido ya que mis hijos no conocían "la capital". En realidad yo tampoco la conozco mucho , pero pude defenderme en medio de esa selva de cemento.
Cuando regresamos a Concepción lo hicimos en tren. No viajaba en tren desde que era niño. El famoso "tren al sur". Junto a mis padres íbamos a Temuco (ciudad al sur de Chile). Era un viaje que duraba como 12 horas más o menos desde Concepción. El tren paraba en cuanto pueblito asomaba. De norte a sur recuerdo Chiguayante, Hualqui, San Rosendo, Laja -con su olor inconfundible-, Renaico, Collipulli -con su elevado puente-, Ercilla, Victoria, Perquenco, Lautaro y, por fin Temuco. Incluso llegando a Temuco cambiábamos de tren y nos subíamos al que llegaba hasta el propio pueblito de Vilcún en donde vivían mis abuelos a 50 kilómetros del Volcán Llaima.

Cuando lo pienso ahora, no me explico cómo soportábamos tanto tiempo. Sin embargo, era tan emocionante para mí el tren. Ver su estela de humo blanco y negro, asomarme por la ventana para observar la parte trasera del tren cuando daba vueltas, escuchar su inconfundible sonido pitando a toda máquina.
Otra historia se daba al interior del tren con toda clase de vendedores, cantantes, guitarristas, castañuelístas (no sé si existe esa palabra en español), etc. Era un mini mundo. Con gente que hacía del viaje en tren una extensión de su hogar, es decir, comiendo, bebiendo, conversando, peleando, comprando, haciendo nuevas amistades y muchas otras cosas. Las 12 horas de viaje no se sentían para mí. Al contrario, prefería mil veces viajar en tren que en un bus que se demoraba 5 horas. Qué tiempos aquellos.
En todo caso a mis hijos también les encantó en tren (el actual). Aunque ha cambiado mucho, conserva varias cosas que no se consiguen en otro medio de transporte. Ya las ventanas no se pueden abrir y en vez de vendedores ambulantes con miles de artefactos existe un salón (snak) de cafetería y comida. Sin embargo, el tren aún conseva su magia difícil de explicar.
El tren ya no va hacia el sur. Solamente existe desde Santiago a Chillán y viceversa. Pero cada vez que puedo, trato de viajar para rememorar esa inconfundible sensación. Quien sabe, tal vez en unos años más vuelva a recorrer todo Chile de norte a sur.

jueves, 24 de septiembre de 2009

“Cuidemos nuestros supuestos”


La semana pasada elegí un tema de predicación relacionado con aceptar a nuestro prójimo sin cargas culturales, emocionales o religiosas de nuestra parte. Se basaba en el texto en el cual Jesús orienta a sus discípulos diciéndoles: “Dejad a los niños venid a mí y no se los impidáis” (Lucas 18.16).
¿Por qué decía esto Jesús? La Biblia nos dice que lo hace como respuesta a la actitud de sus discípulos de querer alejar a los niños de Él. Los discípulos de basaban en el supuesto de que un Maestro como Jesús no podía manchar su reputación como tal, mezclándose con pobres, marginados y niños. Bajo esa concepción en realidad sus seguidores más directos pretendían “salvar la honra” de su Maestro. Entonces Jesús los reprende y les da una lección más profunda que la que vemos a simple vista. No sólo les indica que él acepta a los niños y que de ellos es el Reino de los Cielos, sino que también les dice que dejen de guiarse por sus supuestos. Les dice que abandonen sus prejuicios y que se abstengan de prejuzgar.
¿Qué hay de nosotros? ¿Acaso no caemos en el mismo error? ¿Cuántas veces has prejuzgado a tu hermano? ¿Cuáles son los supuestos que tienes de la Iglesia que te impiden ver su desarrollo tal cual es?
Es curioso observar que los discípulos de Jesús sin duda estaban pensando en los mejor para él. Sin embargo, estaban equivocados. Probablemente muchas de nuestras críticas a la Iglesia o sus dirigentes (incluyendo al Pastor) también están basadas en buenas intensiones, pero eso no significa que nuestra percepción, al igual que la de los discípulos, esté errada. Sumidos en nuestros supuestos podemos llegar a creer que todo debe funcionar como la tradición siempre lo enseñó. Lo mismo pensaban los discípulos de Jesús. La tradición indicaba que un Maestro no podía estar junto a los niños y defendieron esa tradición pensando en el “bien de la causa”. Sin embargo, nuestro Señor rompe esa tradición a tal grado que declara que lo que los discípulos pensaban que estaba mal (atender a los niños en ese tiempo), es justamente lo que estaba bien.
Cuidemos nuestros supuestos bien intencionados. Pidámosle a Dios sabiduría antes de lanzarnos pretendiendo salvar a Jesús o salvar a la Iglesia.