viernes, 9 de abril de 2010

Una crisis personal.


Hace un par de días atrás me enteré de una muy triste noticia. Una persona muy querida fue diagnosticada con una enfermedad grave que no tiene tratamiento. No hay medicamento que ayude, no hay operación, no hay nada. El golpe fue demoledor, impactante y desconcertante. Surgen entonces muchas preguntas y casi todas ellas apuntan a Dios. ¿Qué sucedió aquí Señor? ¿Por qué pasa esto? ¿Podrá Dios revertir ese diagnóstico? La pena es tan grande que no deja pensar bien y eso produce invariablemente una crisis.


En el mundo de los barcos a vela existían dos grandes temores. Uno de los temores era encontrarse con un viento muy fuerte, y el otro era no tener viento alguno. Cuando había demasiada calma el barco permanece estacionario y la tripulación queda varada sin alivio alguno en el horizonte. Sin viento se puede encontrar la muerte ya que no hay avance y la falta de agua dulce es determinante. Por otra parte, un viento recio deriva en tormenta y las consecuencias de un naufragio son muy altas.


A veces la vida exige que resistamos una tormenta. Otras veces nos pone a prueba en medio del tedio. Tal vez nos sintamos muy varados. Pero ya sea que nos encontremos en una crisis de circunstancias o en un lugar a donde el viento espiritual se ha ido de nuestras vidas, necesitamos confiar en Dios para que nos guíe. El Señor, que es soberano sobre las circunstancias que cambian, con el tiempo nos guiará al mejor puerto que esperamos. "Ante esa calma se alegraron y Dios los llevó al puerto anhelado" Salmo 107.30